Tócala otra vez, Mesut.
Echándole algo de imaginación cinematográfica, esas pudieron ser las palabras
que Cristiano Ronaldo susurró a Mesut Özil segundos antes del gol de la
victoria el sábado en Valladolid. Pero seguramente al portugués Ingrid
Bergman le suene a tenista
sueca, y Casablanca a la residencia actual de Barack Obama.
Corría el minuto 71, y
el Madrid había neutralizado los dos tantos de Manucho, tras sendos errores
defensivos a balón parado, una vieja costumbre en el club de Chamartín. Asomaba pues un mísero empate en Pucela, y
la Liga se acercaba otro paso más a Barcelona. Fue entonces cuando el colegiado
pitó una falta al borde del área. Al instante todas las miradas y cámaras se
centraron en CR7. Su tremenda y extraña efectividad a balón parado en el último
derbi le situaba como lanzador.
Sorprendentemente
Ronaldo dejó de lado su egoísmo y su lucha personal con Messi, quizás dando por
hecho que el argentino batiría un día después el estratosférico récord de Gerd Müller, del que por fin
nos podemos olvidar. Una generosidad digna de Premio Nobel de la Paz (por mucho
menos se lo han otorgado hoy a la UE y hace tres años a Obama). Anteponer el
bien del equipo al personal, sin duda, una virtud que ha incorporado este año
Cristiano a su extenso repertorio. Se acercó sigilosamente a Özil y le pidió
que ganase los tres puntos.
Dicho y hecho, el 10 dio
un sutil pase a la red, previo paso por el larguero. Una definición como las de
antaño, que bien hubiesen firmado José
Luis Zalazar o Milinko Pantić. Un lanzamiento
que fue el colofón a su gran partido. Era su quinto gol de falta directa con la
camiseta blanca en 15 lanzamientos, muy por encima de la estadística de
Cristiano, con 10 tantos en 155 intentos de merengue.
El de Gelsenkirchen es
el termómetro del Madrid, maneja el tempo de tres cuartos para arriba, es el
encargado de encender la mecha de la dinamita. Cada partido crece su
entendimiento con Cristiano, y, sobre todo, con Benzema. Basta con ver la
jugada que ambos dibujaron con escuadra y cartabón, y que facilitó el segundo
gol en el José Zorrilla.
En el momento más
crítico de la temporada, tras la derrota en Sevilla ante el Betis y al no
conseguir la primera plaza en su grupo europeo, el alemán ha cogido las riendas
del equipo con tres goles en las dos últimas jornadas. Con Kaká más fuera que
dentro y con Modric en pleno proceso de adaptación, Özil será el encargado de
manejar el ataque blanco durante las próximas temporadas. Su único punto débil
es la regularidad, talento le sobra por los cuatro costados, casi tanto como fealdad.
En el debe del conjunto
dirigido por José Mourinho hay que apuntar la nefasta defensa de
las jugadas a balón parado. Es incomprensible que teniendo a los dos mejores
centrales del mundo encajen la mitad de los goles en el campeonato liguero en
jugadas de estrategia.
Con la Liga casi tirada
por la borda, el único objetivo a corto plazo es coger para el mes de marzo la
forma adecuada, la que les llevó a batir todos los récords la pasada temporada.
Para eso, será imprescindible que Mesut la toque otra vez.

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