La temporada del Atlético de Madrid es extraordinaria. Su
carta de presentación fue en Mónaco cuando agonizaba el verano, allí pasó por
encima del Chelsea en la Supercopa de Europa. Desde entonces, su paso por la
Liga ha sido ejemplar, ha ganado todos los partidos en su estadio y se ha afianzado
en la segunda posición de la tabla, sólo por detrás del Barcelona, y lo que es más
importante, cuatro puntos por delante del Real Madrid, algo que habían soñado
durante décadas. Tampoco han aflojado el ritmo en la Copa del Rey, donde están
a un solo paso de la final. Para lograrlo deberán defender la semana que viene en
el Sánchez Pizjuán el 2-1 cosechado en la ida.
Un gran año sin duda para los colchoneros, que poco a poco conseguían
dejar atrás la imagen de pupas que les ha acompañado los últimos años. Un
cambio con un principal culpable: Diego Pablo Simeone. El técnico argentino ha sabido
cambiar, en un corto período de tiempo, la mentalidad perdedora de este equipo;
a excepción de los derbis madrileños.
Bueno, pues cuando parecía que todo era un camino de rosas
para los rojiblancos, al Cholo se le iluminó una bombilla de más. El pasado 14
de febrero recibían al Rubin Kazán en la ida de los octavos de final de la
Europa League. Los rusos se adelantaron en el marcador y llegaron al descuento
con ventaja. Corría el minuto 94 y el Calderón iba a presenciar la primera
derrota de los suyos en toda la temporada. Fue entonces cuando Simeone, seguramente
crecido por los excesivos halagos de la prensa, mandó a Sergio Asenjo a rematar un córner. Un supuesto gol que le podía
elevar a los altares futbolísticos.
Lo peor que puede pasar es que no hagamos gol y el partido
acabe 0-1, pensaron muchos. Error. El saque de esquina fue despejado por la
defensa rusa que montó un rápido contraataque, ante la permisividad de Juanfran. El balón le calló en los píes
a Orbaiz y a placer puso la puntilla
a los colchoneros.
Ni el más romántico lo hubiese imaginado. Volvía el Atleti de
siempre, el de toda la vida, y qué mejor día para su vuelta que el de San Valentín. Todo encajaba, y en la
ribera del Manzanares se escuchaba de fondo la sintonía de Benny Hill.
Igualito es un 0-1, que un 0-2. Antes de la grotesca acción, les
valía con ganar en Rusia para acceder a los cuartos de final; ahora tenían que vencer
con ventaja de dos goles. Pero aquí no se quedó la cosa. Y es que Cerezo monta un circo y le crecen los
enanos. El colmo llegó el pasado jueves. A pesar de tirar el partido, dejando
en Madrid a Juanfran, Arda Turan, Koke, Godín, Filipe Luis, Tiago, Gabi y Diego Costa
(sancionado), consiguieron imponerse en Kazán con un solitario gol de Falcao. Un resultado que hubiese
llevado la eliminatoria a la prórroga, si el ya famoso y legendario asenjazo no se hubiese producido.
Desde mi humilde opinión, hacen bien tirando por la borda la
Europa League, una competición menor que han ganado en dos de las tres últimas
ediciones. Aunque las formas, evidentemente, no han sido las mejores.

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