El domingo es sin duda el día más singular de toda la semana. Uno se levanta con una sonrisa de oreja a oreja recordando vagamente las fechorías realizadas la noche anterior. Y una vez ya activado, tras ingerir la dosis necesaria de ibuprofenos, se da cuenta de que tiene por delante un largo día de ocio y entretenimiento. Aunque esta sensación de liberación dura más bien poco. Conforme avanzan las horas y se acerca peligrosamente el temido lunes, el cambio de actitud es irremediable. La idea de ver una nueva semana a la vuelta de la esquina atormenta a cualquiera.
Para muchos las únicas armas para defenderse de este sentimiento de desolación son un sofá, un mando, y una tarde repleta de partidos de fútbol de las mejores y más diversas ligas del mundo. Porque para conseguir no pensar en la larga jornada laboral que se avecina, podría bastar con un simple Stoke City-Swansea o un Palermo-Pescara. Sin embargo, cuando el partido más interesante que te puedes encontrar en todo el fin de semana es un insípido derbi andaluz entre Almería y Córdoba, no hay clavo ardiendo al que agarrarse.
No es de recibo que después del apasionante Madrid-Barça del pasado domingo, con los dos mejores jugadores del mundo en plena ebullición, haya un parón liguero. No parece que sea el mejor momento para quitarse la elástica de tu amado club y enfundarse la camisola nacional, aunque sí que es verdad que con todo este asunto de Cataluña, apetece más que nunca.
Las pasiones que despierta la selección española en estos partidos de solteros contra casados están muy lejos de las que levantan en las grandes competiciones. Son encuentros de chichinabo que solo sirven para que los jugadores sumen internacionalidades y superen absurdos récords. El partido fantasma contra Bielorrusia no puede saciar el hambre de fútbol de la sociedad española, e incluso el encuentro del martes contra Francia resulta descafeinado. Y es que muchos años tendrán que esperar los blues para vivir una nueva generación de oro como la que ganó su Mundial en 1998 o la Eurocopa del 2000, liderada por el gran Zizou. Mucho tiempo pasará hasta que nuestros simpáticos vecinos levanten otra Copa del Mundo o consigan un nuevo título en Roland Garros. Hasta entonces, muy a su pesar, se tendrán que conformar con disfrutar de nuestros éxitos deportivos.
Debería abrirse un debate sobre los partidos clasificatorios. Una buena opción sería jugarlos todos seguidos al principio o al final de cada temporada. Tendríamos que aprender de otros deportes como el baloncesto, y especialmente de la NBA. Donde en menos de seis meses cada equipo disputa un total de 82 partidos sin interrupciones, ni por las selecciones, ni siquiera por las fiestas navideñas.
Lo único bueno de este parón liguero es que hasta las Navidades no habrá otro. Por lo que los domingos hasta entonces serán domingos, pero menos drama que éste.
Cambiando radicalmente de asunto, llama poderosamente la atención que el acontecimiento deportivo del día sea que un tal Félix (que no es el famoso gato) salte al vacío desde la estratosfera. Una semana entera lleva todo el mundo en vilo, pendiente de si las fuertes rachas de viento en el desierto de Nueva México iban a permitir realizar por fin semejante hazaña: romper la barrera del sonido. Muchos son los que han catalogado el hecho como uno de los mayores logros del ser humano, pero realmente no sé hasta qué punto es un hito o una gran campaña de publicidad de Red Bull.

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