martes, 10 de septiembre de 2013

Rafa 2020




La distancia entre el triunfo y el fracaso es muy corta, tanto como dos días; el tiempo que pasó desde la elección de Tokio para albergar los Juegos Olímpicos de 2020, hasta el triunfo de anoche de Rafa Nadal. Dos momentos con protagonismo español, pero con final bien distinto, y se podría decir que previsible. Uno ganó como siempre y otro perdió, también como siempre.

Empecemos por la arena, por el fiasco. No se puede hacer peor, sin aprender de los errores. Seguramente nunca una ciudad ha tenido tantas ganas de ser olímpica, con más de un 90% de apoyo popular. Hubiese bastado con plasmar esas ganas de los madrileños para convencer a los sobornables miembros del COI.

La candidatura de Madrid cada año recuerda más al Atlético de Madrid. Un año es el dopaje, otro nuestro pésimo nivel de inglés, al siguiente nuestra ridícula alcaldesa; por hache o por be al final las olimpiadas siempre son para otros. Nos estamos ganando a pulso el apodo de pupas.

Queremos unos juegos, pero tampoco somos tontos, y no estamos dispuestos a soportar otro varapalo. Estamos hartos de que nos pongan el caramelito en la boca, para que luego nos lo quiten con la misma frialdad con la que Rafa afronta un break point.

Nunca ha tenido, ni tiene, ni tendrá Japón un deportista como Nadal. Ni con sus triunfos, ni mucho menos con sus valores. Pero tampoco presumamos de eso, porque nosotros tampoco volveremos a tener a un deportista como él, tan elegante en la victoria y ejemplar en la derrota.

Sin duda alguna, si Alejandro Blanco y sus secuaces tuviesen que presentar hoy nuestra candidatura, otro gallo cantaría. Bastaría con proyectar un resumen del partido de anoche para convencer a los variopintos miembros del COI. Tras el visionado del encuentro les resultaría imposible votar a Tokio o Estambul.

Y ahora vamos con la cal, con la leyenda. Hacemos mal, me incluyo también, en comparar a Rafa Nadal con Laver, Borg, Sampras o Federer. Su insaciable hambre de victoria le sitúa por encima de todos ellos, le coloca en la lista de los mejores deportistas de toda la historia. Ahí, al ladito de Jordan, Alí o Nicklaus.

Empezó como un experto en tierra batida, y no tardó mucho en consagrarse como el mejor de la historia en esa superficie, sus ocho títulos en París así lo atesoran. Pero no se quedó ahí, quería reinar también en hierba y pista rápida, y vaya si lo hizo. Porque no tiene techo, ganará todo lo que quiera y hasta que él quiera.

Si hubiese tenido la suerte de nacer a orillas del río Támesis hoy se le reconocería con el estatus que merece, el de sir. Y si alguien puede lograr que Madrid albergue algún día, esperemos no muy lejano, unos juegos, ese es él.


Gracias Rafa por no despertarnos del sueño olímpico.

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