La
distancia entre el triunfo y el fracaso es muy corta, tanto como dos
días; el tiempo que pasó desde la elección de Tokio para albergar
los Juegos Olímpicos de 2020, hasta el triunfo de anoche de Rafa
Nadal. Dos momentos con protagonismo español, pero con final
bien distinto, y se podría decir que previsible. Uno ganó como
siempre y otro perdió, también como siempre.
Empecemos
por la arena, por el fiasco. No se puede hacer peor, sin aprender de
los errores. Seguramente nunca una ciudad ha tenido tantas ganas de
ser olímpica, con más de un 90% de apoyo popular. Hubiese bastado
con plasmar esas ganas de los madrileños para convencer a los
sobornables miembros del COI.
La
candidatura de Madrid cada año recuerda más al Atlético de Madrid.
Un año es el dopaje, otro nuestro pésimo nivel de inglés, al
siguiente nuestra ridícula alcaldesa; por hache o por be al
final las olimpiadas siempre son para otros. Nos estamos ganando a
pulso el apodo de pupas.
Queremos
unos juegos, pero tampoco somos tontos, y no estamos dispuestos a
soportar otro varapalo. Estamos hartos de que nos pongan el
caramelito en la boca, para que luego nos lo quiten con la misma
frialdad con la que Rafa afronta un break point.
Nunca
ha tenido, ni tiene, ni tendrá Japón un deportista como Nadal. Ni
con sus triunfos, ni mucho menos con sus valores. Pero tampoco
presumamos de eso, porque nosotros tampoco volveremos a tener a un
deportista como él, tan elegante en la victoria y ejemplar en la
derrota.
Sin
duda alguna, si Alejandro Blanco y sus secuaces tuviesen que
presentar hoy nuestra candidatura, otro gallo cantaría. Bastaría
con proyectar un resumen del partido de anoche para convencer a los
variopintos miembros del COI. Tras el visionado del encuentro les
resultaría imposible votar a Tokio o Estambul.
Y
ahora vamos con la cal, con la leyenda. Hacemos mal, me incluyo
también, en comparar a Rafa Nadal con Laver, Borg,
Sampras o Federer. Su insaciable hambre de victoria le
sitúa por encima de todos ellos, le coloca en la lista de los
mejores deportistas de toda la historia. Ahí, al ladito de Jordan,
Alí o Nicklaus.
Empezó
como un experto en tierra batida, y no tardó mucho en consagrarse
como el mejor de la historia en esa superficie, sus ocho títulos en
París así lo atesoran. Pero no se quedó ahí, quería reinar
también en hierba y pista rápida, y vaya si lo hizo. Porque no
tiene techo, ganará todo lo que quiera y hasta que él quiera.
Si
hubiese tenido la suerte de nacer a orillas del río Támesis hoy se
le reconocería con el estatus que merece, el de sir. Y
si alguien puede lograr que Madrid albergue algún día, esperemos no
muy lejano, unos juegos, ese es él.
Gracias
Rafa por no despertarnos del sueño olímpico.

No hay comentarios:
Publicar un comentario