El Real Madrid no ganaba con tanta diferencia en el Camp Nou desde el 27 de enero de 1963. Aquel día se impusieron 1-5 con tantos de Di Stéfano, Gento y Puskas (en tres ocasiones).
Los merengues llegaban a la Ciudad Condal con la obligación de marcar tras el 1-1 de la ida. Y no sólo anotaron, sino que dominaron el partido de cabo a rabo gracias a una exhibición física y táctica. Todos y cada uno de los jugadores se sacrificaron en beneficio del equipo.
Y no quisieron hurgar en la herida. Con 0-3 en el marcador la goleada podría haber sido de escándalo. Pero si la defensa estuvo brillante, no se puede decir lo mismo del ataque. No fue el mejor partido de Özil, ni de Di María, ni mucho menos de Higuaín (instalado perennemente en fuera de juego). Sólo sobresalió el de siempre: Cristiano Ronaldo.
Hace un par de años decían las malas lenguas que Ronaldo se arrugaba en las grandes citas, sobre todo contra el Barcelona. Que sus cifras goleadoras eras impresionantes, pero que a la hora de la verdad daba un paso atrás.
Pues bien, ayer batió un nuevo récord: se convirtió en el primer jugador capaz de marcar en seis clásicos consecutivos a domicilio. Y mientras el luso hacía historia, el que le arrebató hace unos meses el Balón de Oro deambulaba por el campo como un pollo sin cabeza.
Habría que preguntar a los que votaron a Leo Messi si cambiarían hoy su voto, si se confundieron en su día, si es normal que tenga cuatro y Cristiano sólo uno.
Tiempo atrás el portugués parecía obsesionado con superar sus cifras goleadoras, algo que le impedía ayudar al equipo. Qué caprichoso es el destino, que hoy justo pasa lo mismo con el argentino, que se pasea por el campo con una única idea en la cabeza: superar todos los récords posibles.
En la calle continúa el debate de si Leo es el mejor jugador de la historia. Pero en el césped se ve que ni siquiera lo es en la actualidad. Lo que sí quedó claro anoche es quién es el mejor entrenador del mundo.
Para intentar romper con la hegemonía del Barcelona, Florentino Pérez eligió a José Mourinho como entrenador. El Madrid fichó al portugués para reducir la enorme diferencia que les separaba de los azulgrana, que por entonces lo ganaban todo. Los blancos, en cambio, no eran capaces de superar los octavos de final de la Champions League año tras año.
Se encontraban en el camino el mejor club del siglo XX y el mejor entrenador del momento. Para muchos era una mezcla explosiva, y se felicitaban después del serio correctivo que recibió en su primera visita al Camp Nou (5-0). Desde entonces se han disputado muchos clásicos, con diferentes resultados, con fallos arbitrales, pero casi todos ellos igualados. Hasta éste último.
Desde que Mourinho fichó por el Madrid, esta Liga ha sido la única competición en la que los merengues no han dado la talla. Cada temporada el técnico ha sabido implicar a sus jugadores en un objetivo. El primer año rompió con la sequía del club en la Copa del Rey. En el segundo ganó la liga por delante del supuesto mejor equipo de la historia. Y en este tercero por fin ha podido derrocar al Barcelona en una eliminatoria a doble partido, como ya hiciera cuando agonizaba el verano en la Supercopa de España. Además la ilusión por la décima sigue aún intacta.
Seguramente se marche este verano en busca de nuevos retos, quizás París, quizás Londres. Pero Mou no se podía ir sin dar el golpe en la mesa, sin dejar claro que deja al Madrid un escalón por encima del Barcelona.
Otro mérito más ha sido la apuesta por un joven central, dejando en el banquillo al mejor del mundo en su puesto. Otro no habría sido capaz.
No recuerdo una irrupción en el mundo del fútbol como la de Raphael Varane. La percha de central siempre la ha tenido: calidad con el balón en los pies, imperial por arriba, tanto en defensa como en ataque, perfecto en la colocación y rápido en el corte. Pero hasta hace bien poco no había toreado en plazas de primera.
El francés se presentó en el partido de ida como central de urgencia ante las bajas de Sergio Ramos y Pepe. Y le tocaba bailar con la más fea, con el Barcelona.
Pues bien, ya podemos decir que Varane se ha doctorado en esta eliminatoria, frenando durante 180 el ataque azulgrana. Además, como broche, ha marcado en los dos partidos sellando la clasificación de los suyos para la final. Pero lo mejor ha sido la manera en la que lo ha logrado, con una increíble serenidad, como si no fuese consciente del enorme trabajo que estaba realizando.
Por eso defiendo aún con más fuerza mi postura respecto al Madrid de la temporada que viene. Teniendo actualmente a los tres mejores centrales del mundo, sería un pecado dejar a alguno en el banquillo. Propongo colocarlos en línea de tres acompañados por dos carrileros de largo recorrido y con buena proyección ofensiva. Para defender, ya están sobrados.
No quiero hacer leña del árbol caído, pero la prensa catalana es para darle de comer aparte. En las últimas semanas han publicado portadas mofándose del estado del Madrid.
¡Qué malos sois, Mou! titulaban cuando los blancos tiraron la Liga en Pamplona tras empatar con Osasuna. O Caerán en el Camp Nou, tras el partido de ida de la semifinal de Copa.
El encuentro de ayer nos deja una moraleja: no vendas la piel del oso antes de cazarlo, y mucho menos si hablamos del Real Madrid.

El Barcelona de Tito Vilanova ha mantenido el nivel del de Guardiola durante muchos meses. Messi, Xavi, Iniesta y compañía se entienden a la perfección, y podrían jugar perfectamente con los ojos cerrados.
Algo que hacía pensar que la figura del entrenador culé era la de un simple títere. Pero ahora con Tito en Nueva York, y después de una serie de malos resultados, han entrado las dudas.
Me imagino al pobre Jordi Roura, con su excesiva mandíbula inferior, en el descanso ayer. Intentando mantener una conversación vía skype con la ciudad de los rascacielos para buscar soluciones ante el mal juego de su equipo.
Los árbitros siempre se llevan la de arena y nunca reciben la de cal. Es verdad que el paupérrimo nivel de los colegiados españoles no ayuda en nada, pero no es menos cierto que el trabajo de anoche de Undiano Mallenco fue impecable.
Y eso que en nada ayudó la rueda de prensa previa al partido de Roura. El técnico-maniquí dijo ante los medios que con Undiano el Barcelona obtenía sus peores resultados (ayer volvió a quedar demostrado).
Una vez más el árbitro estaba en el punto de mira, cualquier fallo iba a servir como excusa para el equipo perdedor.
No lo tuvo nada fácil desde el principio, con muchas decisiones que tomar dentro de las dos áreas. El colegiado navarro nunca picó con las simulaciones y acertó en casi todas sus acciones.
Sigue sin gustarme la simulación en el fútbol, sea cual sea la camiseta del actor principal. La Federación debería tomar cartas en el asunto y empezar a sancionar. Porque hablamos de una lacra para el fútbol, de intentar obtener rédito a través de la mentira.
El partido del domingo se presenta ahora como uno de solteros contra casados. Con la Liga decidida, los azulgrana querrán resarcirse de la derrota copera. El Madrid por su parte, a pesar de jugar en casa, tiene la mente puesta en otra gran cita, en una nueva remontada. Y el camino ya lo tienen marcado. Próxima parada: Manchester.